(Las nadas)

miércoles, 30 de abril de 2008

(Todo lo que tengo es nada, pero no lo echo de menos.

Estoy preparado.

Creo.

La ciudad no me persigue. Ni la muerte, ya no.

Ya no tengo sombra.

De hecho yo soy mi propia sombra. A lo mejor ni eso.

Y las sombras no tienen sombra. Eso todo el mundo lo sabe.

Podría haber elegido otra derrota y no ésta. Eso es cierto.

Podría, digamos, haber elegido otro tren. Otra chaqueta y otra casa.
Podría haber cambiado la bruma de sitio. Escondido soledades debajo de la alfombra. Podría colocar los muebles según el horario del sol o por orden alfabético.
Podría cambiar el cd de la cadena. Incluso podría comprarme otra cadena.

Pero, ¿para qué? ¿Todo esto qué coño cambiaría?

Tengo todas las nadas. Las colecciono.

Aforo completo de nadas.

Cada jornada las saco de paseo un mínimo de nueve horas diarias.

Dormimos juntos. Convivimos. Compartimos desayuno, comida y cena.

Las nadas no dan vacaciones.

No dan tregua.

No hay descanso. Ni amparo.

Se instalan para quedarse. Anidan en cualquier recoveco.

Destruyen cada mañana.

Tengo todas y cada una de las nadas.

Creo estar preparado.

Creo.)

Unos

domingo, 27 de abril de 2008

Dos. Una y Uno. Uno en Una. Dos en Uno. Dos.

Una expulsa un ruido. Entre espiración fuerte frotando contra las paredes de la boca y brisa bronca.

Uno para. Suave. Tonto. Estando en fuera de Una.

Uno: ¿Te hago daño?

Una: Sí, por favor.

Dos. Unos.




(Tramposo me recupero Unos de Sopas de gansos, para mejor organizarme mi mundo y para darnos descanso las musas y yo. )

Chusma

miércoles, 23 de abril de 2008

Camino al trabajo. Recorro los pasillos comunes del madrugón. Bostezo. Me estiro. Cruje el esqueleto, el ánimo. Camino por el sistema no solar. Los parques vacíos de las ocho de la mañana. Se me cruzan otros bultos como yo, no nos miramos a los ojos. Obvio. Los bultos no tenemos ojos, cara, alma. Números sí tenemos: seguridad social, documento nacional de identidad, nómina, número de cuenta, de teléfono, del otro teléfono... Y letras. Claro. Ésas. Esas letras. El a be ce de los bultos.

Paso a paso, chusma camino. Entro a la oficina, saludo al resto de chusma, buenos días. Reviso el correo. Más chusma llega, más chusma bendice los días. Escribo en lenguajes ficticios. Máquinas que no me leen, me interpretan. Y soy yo el que me pongo en su lugar. En su lugar de máquina. Escupo código. Eficaz. Pertinente. Con los seis sentidos de bulto fuera de la habitación.

En el paso de bulto a chusma recupero mis ojos. Así miro. Con ojos de chusma.

Llega la hora del desayuno. La chusma bajamos al bar. Mugre. Humo. Mal café mal servido. Protestamos por el café en el plano general y por los posos en el concreto. Como cada día. Como chusma nos contamos nuestra vida chusmosa, chusmilla.

En la migración de chusma a contertulio recupero la risa y la persona. Me reconcilio con el género chusma. Afortunadamente la risa. Tonta. Libre. Floja. Completa. Lo abarca todo. Nada queda fuera de su territorio. Cruel. Simpática. Impertinente. Tonta. Necia. Y libre.

Sobre todo, libre.

Risa de contra nosotros, chusma, chusmita.

Matar un fantasma

domingo, 20 de abril de 2008

Me pregunto,
¿cuántas veces se mata a un fantasma
para que no vuelva?

¿Dónde va un fantasma
cuando muere?

¿De dónde viene la pena?

¿Quién inventó la tristeza?

¿Quién le puso el nombre a la tristeza?

Un nombre tan bonito
para una cosa tan fea.

Cada mañana tu fantasma y el mío
se juntan
y hacen un fantasma
y este es más grande
que la suma de nuestros fantasmas individuales.

Luego me despierto yo,
más tarde tú
e inmediatamente después
se despierta mi amor,
luego el tuyo
y juntos
hacen un amor
más grande que la suma
de nuestros fantasmas individuales.

¿Cuántas veces se mata el amor
para que muera?

Me pregunto.

Te quiero.

Amo tus cosas
de una manera noble.
Sucia y noble.

Me pregunto.

Me limpio.

Renuevo mis pecados.
En ese sentido me reinvento.
Reinvento mis pecados
y mis palabras.

Remato tus fantasmas.

Remato el amor.
No disimules.

También tú rematas.

Apuramos la vida.
Y es un milagro nuestro
esta inmortalidad del amor.
No muere.
Nunca.
Es más grande que la suma
de nuestros fantasmas por duplicado.

Te echo de menos.
En nuestra casa
vivimos solos
por turnos.

El tiempo que perdimos
cuando teníamos tiempo.

Las cosas feas que nos dijimos,
los platos rotos,
alimentamos la pena
religiosamente,
estúpidamente.
Necios ambos en nosotros mismos.

Te quise y te quiero
por tu esperanza noble,
limpia.
Por tu alegría limpia.
Tu forma limpia de ver la vida.

Te quise y te quiero
de una manera noble,
sucia y noble.

Estoy como en casa
cuando estás en casa.

Desordeno mis papeles,
friego,
afilo mis labios.
Te quiero y me pregunto.
(Cada mañana).

¿Cómo demonios haces
para hacer el amor
siempre que se rompe?

Del libro Manuales para manos sencillas.

La paz

miércoles, 16 de abril de 2008

Te miro reestablecerte la paz. No es fácil. Obvio.
Hay tropezones y escarmientos. Días para la papelera de reciclaje.
Tu corazón bandera para un país horizonte.

Yo también tropiezo.
Con otras piedras. No escarmiento.
Vuelvo a ser yo,
un disfraz de uno mismo pegado a la piel.
Sin espacio.
Con poco remiendo.

Me sale una voz fea,
feamente mía,
quiero decir.

La mesa de negociaciones tiene una pata coja.
Pido perdón en la plaza del pueblo.

Mal disfrazado de yo mismo.

El globo

lunes, 14 de abril de 2008

No es una gran historia. Es una niña que pasea de la mano de la mujer que puso el cuerpo para traerla. Pasean por la feria. La gente es feliz, todo lo feliz que se puede parecer. Ella no mira la noria, sus ojos resbalan por los ponis sin ni siquiera rozarlos, los dulces de colores imposibles no son importantes, los autos de choque, la casa del terror, la gente feliz... Todo es nada. Excepto una sola cosa: los globos de hidrógeno. Le resulta impresionante su capacidad para desaparecer en el infinito del cielo con solo soltar la cuerda. No existe otra cosa para ella. No ve otra cosa. No hay más.

Mira a su madre. Suelta su mano. Sus pies se levantan del suelo lenta pero inexorablemente. Siente como el viento la mueve, primero a un lado, luego al otro. Toma distancia. Vuela. Despacio. Hasta que desaparece en el infinito. Dejando la misma huella que un globo perdido. En el momento en que su madre deja de ser un punto para no ser nada esboza algo parecido a una sonrisa.

Meteorología

jueves, 10 de abril de 2008

Seguramente no me haga singular el hecho de que la meteorología me acabe marcando el paso, quiero decir que cuando se encapota el cielo soy yo el que se siente plomizo, que un sol incipiente en enero me brota una hoja verde y una sonrisa, que el frío invernal no sólo me congela las manos y la punta de la nariz y que la decadencia del otoño me recuerda el final de mi ciclo, no el de la naturaleza.

Es por esto que miro al hombre o mujer del tiempo con cara de diván, con el gesto un poco torcido y la esperanza de que llueva a mi gusto, es decir que llueva encima del pantano y en mi encima haga un sol radiante.


Pronóstico para hoy: nublado con un sol que parece que quiere pero que definitivamente no puede.



Actualización: precipitaciones de baja intensidad.

La maleta

domingo, 6 de abril de 2008

Imagino un niño con una maleta gigante. Tiene cuatro años, dos piernas y un perro. Caminan juntos el perro, el niño y la maleta. El perro mira al niño como un compañero líder tirano generoso compinche, la cabeza medio gacha medio altiva según el humor del crío líder, miradas de reojo para vigilarlo, al humor, no al chaval.

Jornada tras jornada el viaje se construye y los años pasan casi más rápido que los kilómetros. La maleta se va llenando de recuerdos. El crío no tan crío o sí almacena con celo cualquier cosa que le recuerde un recodo, un momento, un algo del viaje.

La maleta se hace pesada. El perro viejo. El crío adulto y no. Tiene más fuerza con lo que la maleta y su peso no son excesivo problema.

Pasan más años, más kilómetros. El equipaje crece de forma desmedida. Las fuerzas no son las que eran. El perrillo saca fuerzas de donde no hay para no dejar solo al crío viejo. Le acompaña.

Más kilómetros. Más años. La maleta se hace imposible de transportar. El crío tirano viejo líder compinche se rompe la espalda de intentarlo, el perro empuja la maleta y gime o hace ese llanto agudo triste canino de perro viejo. El perro entiende antes que el crío viejo tirano compinche. El líder triste de dos piernas, un perro, una maleta, ni se sabe los años, no quiere entender. Con la cabeza gacha, mirada de reojo, rabo entre las piernas, el crío líder se sienta al lado del perro. Lo que mira de reojo es la maleta. El perro líder viejo compinche consigue abrirla. Sacando las fuerzas de donde no había ni ayer ni hoy ni hace años, la vacía. Coloca los enseres en fila. En el transcurso el crío viejo gime o llora con las lágrimas densas escasas profundas antiguas de la segunda edad de la tercera edad.

Cuando el perro guía termina, muerde el pantalón del viejo crío bebé anciano hasta moverlo. Juntos caminan hacia el final del viaje huyendo del final del viaje.

El perro delante. El anciano detrás.